TONY EL PELÚ

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La tenue luz de una bombilla en el techo dejaba ver las ondas de calor de aquellos cuerpos hacinados y semi desnudos que poblaban la celda del cuartel policial de Villa Juana.

Apenas había espacio para aspirar un olor fétido que picaba en la nariz y nadie tenía maneras de moverse o cambiar de posición para descansar.

Me apoyaba en un solo pie y el otro permanecía en el aire mientras Gálvez respiraba con dificultad detrás de mí, sin que pudiera verlo.

Quizás eran las dos o tres de la mañana.

Había llegado allí junto a Ramón Gálvez, conducido por Mazámbula en su famoso cepillo de la muerte.

Nos encontraron leyendo a Schopenhauer debajo de un poste del tendido eléctrico en la calle Paraguay y eso le resultó sospechoso a la patrulla.

Por suerte pudimos pasar por un breve interrogatorio en la oficina del cuartel de la Francisco Villaespesa, sin perder ningún diente.

La celda tenía el tamaño de una habitación doméstica y había allí unos cuarenta detenidos, que parecían en conjunto un extraño ser con muchas cabezas y brazos.

Ramón Gálvez nunca dijo nada, ni yo tampoco.

Permanecimos callados aunque temí que la respiración forzada de mi amigo pudiera molestar a alguien.

Es que horas antes habíamos contemplado la escena de un señor que se quejaba por su detención.

Decía que cuando la patrulla lo detuvo, metiéndolo de cabeza en el Volkswagen color azul claro, se dirigía a la chocolatera cercana donde cubriría su turno regular de trabajo.

Un joven que permanecía trepado en una pared, cerca del inodoro de la celda pidió al hombre que se callara, que quería dormir, mientras el señor continuaba su queja.

De repente, el joven se le acercó por encima de los cuerpos de los demás y le dio fuertes bofetadas, dejándolo flotar como una gelatina en la multitud.

Entonces, llegó el silencio, interrumpido sólo por un coro de ronquidos de la más variada gama de tonalidades y ritmos, mientras el sudor que rodaba por los cuerpos empezó a bañar el piso.

Llegaba la madrugada, yo me entretuve recordando a Sartre y su teoría existencialista, a Camus, a Jean Genet y su búsqueda de la libertad… recordé personajes y recité versos en silencio sin poder mover mi pie izquierdo del piso.

Fue el momento en que la celda se abrió, para dejar entrar a dos personajes que traían desde lejos una gran algarabía.

Los conocí al instante, uno de ellos era Tony el Pelú.

¿Quién no supo de él en Villa Juana en tiempos de la Banda Colorá?

Alto y delgado, tenía la cara ensangrentada y los brazos cortados como un pescado tendido al sol, pero lucía una sonrisa transparente, amigable y tierna.

El centinela esperaba que la pareja entrara para luego cerrar la puerta de hierro.

Tony nos miró y miró a su amigo, luego ambos miraron al policía, quien abrió los brazos, en tanto Gálvez habría los ojos en forma inusual y sudaba frío.

Entonces, los recién llegados entraron como locos tirando trompadas por doquier, hasta que la magia se hizo, creándose un espacio para ellos, desde el cual empezaron a hacer historias de sus andanzas.

El amigo de Tony se burlaba de él, diciéndole que como es que se había dejado navajiar de un cuero, mientras Tony le respondía con trompadas y empujones que encendían la gozadera entre ambos.

Así llegó el día hasta que empezó la depuración de los detenidos.

Después que me llamaron a la oficina, junto a Gálvez, me entregaron la correa y la cartera, pero no el libro.

Cuando pregunté por el mismo, un policía se me acercó y me puso el puño en la boca, amenazándome con llevarme “pal palacio”.
El Amor, Las Mujeres y la Muerte, de Arthur Schopenhauer, esperaría para ser leído un año después, debajo del mismo poste del tendido eléctrico de la Paraguay, pero ya Mazámbula no volvería a interrumpir las orgías nocturnales de lecturas de Gálvez y yo.

Angel Mejía
Santo Domingo, 24 de marzo de 2013

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About angelmejia

Es actor, director teatral, maestro y gestor cultural. En l974 funda el grupo teatral Hombre-Escena y lo dirige hasta l978. De 1979 a 1981 forma parte del Teatro Gayumba. Desde entonces trabaja en el Grupo Chispa y producciones de otras compañías independientes. Fue protagonista principal de la primera teleserie dominicana, Catalino el Dichoso, que duró seis meses de transmisión diaria en canales locales y de Puerto Rico. Ha trabajado también en diversos programas de televisión.

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